martes, 23 de septiembre de 2008

Don Adipocito Señero de Montreaux



Don Adipocito Señero de Montreaux nació en forma de simiente, pues consideraba que el parto mamífero es propio de trogloditas y gente cafre, gente que revuelve el azúcar con el dedo. ¡Él no quería ser confundido con gente así! De forma que al hacer su madre, parturienta ella, el último esfuerzo vulvar, vino a caer en las manos atónitas de la comadrona un saquito de semillas con rótulo y todo. “Simiente de don Adipocito Señero de Montraux. Vivero e interior, regar a diario”, rezaba el titulillo. “Qué extraño, si nosotros somos Sánchez de primero y escalopa milanesa de segundo”, pensó la madre, pero acto seguido se llevó al médico al huerto pensando que como su marido era medio lelo podía hacer pasar ese adulterio por un efecto de la epidural.

Don Adipocito, metidito en una maceta, fue pasando sus primeros días en la tierra, claro, pero su abuelo, que había luchado en el bando republicano por poderes desde Minnesota, todos los días salía al balcón y miccionaba sobre él, seguro de que las plantas crecían más robustas. De aquí sacó su desdichado nieto el mal aliento y la tendencia a contar batallitas en las que no había peleado nunca. Nada más echar los ojos, la boca y los primeros brotes de brazos, don Adipocito empezó a dar la brasa con la guerra de los Boers. “Mamá, tenías que haberme visto, con mi salacot y mis botas, una con más suela que la otra”. La madre se desesperaba y chillaba que por qué no habría tenido pipas de calabaza y se volvía a la cocina a rellenar el plato del perro que comía cada diez minutos, porque pesaba trescientos kilos y a ver quién llenaba ese cuerpo. “¡Mamá, mamá, no te vayas de aquí!”, chillaba don Adipocito. Y así nació la canción de Marco.

Esa fue su vocación, crear música para hacer felices a sus congéneres, subordinados y viandantes. Ya se disponía el malhadado a comprarle el teclado a Leonard Cohen, que casi no lo usaba, cuando su abuelo, al que habían encontrado piedras en el riñón y le estaban dando un tratamiento a base de ponerle la COPE en la riñonada , fue a mear al macetero y de una pedrada le partió la cabeza justo cuando estaba a punto de polinizar. ¡Santo varón!

lunes, 18 de febrero de 2008

Vida imperial de Don Letrinillas Tupidete, Atascatoilet



Don Letrinillas Tupidete nació de la peor forma posible. Su madre, una mujer de burda apariencia que respondía por “doña” porque más no recordaba, llevaba embarazada nueve meses sin haberse percatado ni cuidado su alimentación. Sólo comía fabes de lata, y como era de familia de vajilla feble, le daba en la tapa con el canto de una piedra hasta hacer un agujero, por donde sorbía la fabada, que le gustaba fría. A veces se le atascaba el chorizo en el agujero, y se ponía como alma que lleva el diablo. ¡Había que verla, dando alaridos por la casa, saliendo a la ventana y blasfemando como si se acabara de tragar un boleto premiado! La gente se alarmaba y se llevaba las manos a la cabeza, o al revés, según pudieran. “Pero, doña cabrona jadelagranputa”, decían, sabiendo que después del doña la mujer no atendía, “¿qué te pasa, alma de Dios?”. “¡Que se ha atascado el chorizo!”, vociferaba ella. Y cerraba de un portazo la ventana, con todas las contradicciones que esto supone.

En fin, que tras nueves meses de mala digestión, la incauta mujer fue al baño creyendo que iba a deshacerse de lo que sobraba, de tal guisa que de un movimiento abdominal, dio al agua unas fabes ya maceradas y a don Letrinillas Tupidete, que nació de nalgas de tal suerte que se encajó en el orificio del retrete y tupió el fluir de la mierda, y de aquí el nombre. La mujer, sorprendida por los extraños gemidos estomacales, volvióse y vio a su retoño, que sonreía, pues era de probada bonhomía, a pesar de estar encharcado en mierda.

Se le paralizó el corazón y cayó redonda. Don Letrinillas Tupidete, Atascatoilet, nunca pudo salir del retrete, pero eso no le impidió probar al mundo su santidad con hechos variopintos. ¡Se ganó el cielo sin salir del baño, Juan, y las muchedumbres, ávidas de conocer al varón cuya fama rebasó fronteras, peregrinaban y hacían cola para entrar al toilet y aliviarse sobre este santo singular, que nunca perdió la sonrisa beatífica que lo hizo célebre! Nunca, hasta el día en que la mucama rumana entró y sin darse cuenta de lo que hacía, a pesar de que a don Letrinillas ya le colgaban las piernas por fuera, vació en la taza un frasco de Pato WC. ¡Murió entre estertores, graznando como un pato!

¡Santo varón!

Brian May



Hoy os voy a contar, amigos, la historia de Brian May.

El nombre propio, "Brian" se lo puso después, cuando se fue a inglaterra a hacer fortuna, pero en realidad su nombre es May. May Aguirresarobe Azpilicueta Ríobravo y Achís.

May era dependienta (sí, sí, dependienta) de helados de cucurucho de chocolate en el difunto McDonalds de la plaza de toros de San Sebastián (Illumbe). Era un trabajo para el que se necesitaba gente cualificada y con dedicación exclusiva. Tu ibas a la barra y le decías "buenas, ¿me da un helado de cucurucho de chocolate y nata?" y May te respondía: "lo siento, pero es que de los helados de cucurucho de chocolate y nada se encarga Josefa, que está en sus cinco minutos reglamentarios de descanso semanal y no se puede poner a dar helados asín como asín". Ahora, eso sí, ¡cómo ponía May los helados de chocolate! ¡a diestro y siniestro, oiga! tú ibas a por un macmenú doble chisburger con muchos pepinillos y doble de sésamo, por ejemplo, y ¡zas! de repente te encontrabas con un helado de cucurucho de chocolate dentro de la hamburguesa. La gente venía de todas partes para verle poner helados: de China, de Moscú, de Indianápolis, del servicio de caballeros... ¡vamos, lo que se dice de todas partes!

Pero un día se le hincharon las narices. Y el pelo, también se le hinchó el pelo hasta quedársele como todos conocemos, y claro, con este aspecto, se dijo, ¿qué hago yo vendiendo helados de cucurucho de chocolate en el difunto Macdonalds de la plaza de toros de San Sebastián (Illumbe)? ¡Yo tengo que hacer fortuna! por lo que se fue a hablar ¿con quién? ¿con quién diríais que se fue a hablar para hacer fortuna? Pues claro, ¡con TABACALERAAAAAA!

Y tabacalera, que siempre ha sido muy suya y del gobierno, a partes iguales, le mandó a la porra, con lo cual dijo May "pues ahora me voy a ver a la reina a protestar". Pero el guardia municipal al que le preguntó por la reina era un negro que le entendió mal y le mandó a Inglaterra a buscar a Queen, con lo cual, una vez allí, llegó y dijo "buenas, ¿es esto la reina?" y Freddy Mercury le dijo: ¡¡¡SOUMASTGOUOOOOOON!!! y claro, se quedó. Se quedó sordo, pero se quedó. Y para disimularlo se puso a tocar la guitarra, se cambió de sexo y se dejó rizos.

viernes, 1 de febrero de 2008

Don Evaristo Puentelarreina y Jabón de Tocador



Esta es la vida de Don Evaristo Puentelarreina y Jabón de Tocador.

Don Evaristo Puentelarreina y Jabón de Tocador, más conocido como Evaristito el Jilipuertas nació en el seno de una señora de Moratalaz que estaba comprando pipas en el quiosco de la esquina, razón por la cual también se le conocía como Panchovilla.

Ya desde muy pequeño dio indicios de tener un gran corazón y una gran amabilidad hacia las señoras mayores. Su primera frase fue "a sus pies", momento en el que su madre, que acababa de venir de Argentina para ganar el premio Nadal, dijo: "este niño será pedicuro".

Pero el niño fue creciendo, Luis, y ¿qué dirías que ocurrió? ¿se hizo pedicuro? ¡NO! se hizo la vasectomía.

Pasados los años se descubrió que Don Evaristo era sordo del ventrílocuo izquierdo, razón por la cual Evaristito puso un circo, con tan mala suerte que nada más montarlo, le crecieron las uñas ¡una barbaridad! y tuvo que reformar su casa de Palos de la Frontera, provincia de A Coruña, para lo que le pidió un crédito blando a su amigo Josep Piqué, que por aquél entonces estaba en el banco haciendo una gestión.

Viendo que el negocio del circo no prosperaba, Evaristito el Jilipuertas decidió cambiarlo, y se dedicó desde aquél momento a la cría y reproducción de monjas en cautividad. Las monjas no se quejaban: se pasaban todo el día haciendo yemas y yemas, y más yemas, hasta que les salían por las paredes y por las orejas, y un día que Evaristito fue a hacer recuento de monjas porque tenía un pedido ¡del mismísmo vaticano, Luis! se llevó un saco, confundió a las monjas con las yemas, las envió al Vaticano, y claro, pasó lo que tenía que pasar: cuando el Papa vio tantas yemas juntas devolvió el pedido, y Evaristito al verlo no pudo soportarlo más y se cortó las uñas ¡que ya era hora, Luis!

¡Santo Varón!

lunes, 21 de enero de 2008

Don Epígono Senil Entreldueroybidasoa



Juan: a diferencia del caso de doña Marmoletina, no hay constancia de que don Epígono haya muerto, ni siquiera de que haya nacido. Quede de momento en suspenso el grito enfático con el que vitoreamos a los santos varones. ¡Sannnnjjjjj!

Los padres, o no, de don Epígono Senil Entreldueroybidasoa eran amigos de la vida alegre. Enviudaron rápidamente el uno del otro, porque en el fondo les gustaba más ser viudos que casados, pero mantuvieron buena relación después, hasta el punto de que instalaron ataúdes en lugar de catres, candelabros en lugar de luminarias, y se vistieron de negro hasta el final de sus días. Eso sí, católicos como el que más, abandonaron la cópula conyugal para no pecar de necrófilos, y sólo se daban un besito de buenas noches en los jarretes y en el Monte de Piedad. Por eso piensan algunos que don Epígono nunca llego a nacer.

Sin embargo, estando un día de juerga en un salón de twist, al levantar doña Sésama Ropavieja y Demastrapos, madre o no de don Epígono, al levantar, digo, la corva en medio de un complicado gesto de swing, notó un escurrírsele algo entre las ingles, pero no le dio más importancia de la que damos a encontrar un sapo en la ducha esperando a que escampe, y siguió meneando los glúteos mientras su marido, don Salmonete de Vivero Numi, se arrimaba con intenciones aviesas a un enano de jardín, para ira y vilipendio de doña Sésama, a la que no pudieron convencer los argumentos de su difunto marido, que insistía en que sólo pretendía retocarle el barniz del gorrito. “Entonces... ¿por qué tienes la bragueta manchada de yeso?”, preguntaba ella. Porque era viuda, no tonta.

En fin, don Epígono, pues de él se trataba, que estuvo toda la noche colgando del cordón umbilical al ritmo del charlestón, acabó cayendo al suelo y de patada en patada, fue rebotando entre las parejas de baile como si el salón fuera un pinball, que en español se llama millón. Y cuando llegó a cien mil puntos, Juan, ¡cuando llegó a cien mil puntos! ¿Qué creéis que pasó? ¡Nada! ¿Nada? ¡Nada! Fue tan desdichada la vida de este varón modélico que, justo cuando alcanzaba los cien mil puntos y estaba a punto de echar su primer diente de oro, pasó bajo la falda de doña Fabe Trébede-Trébede-Tre, que asistía a los actos de sociedad con la ingle libre y feroz, y lo que allí vio le detuvo la patata justo cuando echaba su primer calostro. Acabó sus días en la cuna fúnebre que sus padres viuditos habían dispuesto para él, y celebraron antes el funeral que el bautizo, sin que pudiera demostrar al mundo las hazañas de las que era capaz.

¡Sannnnnj!

martes, 8 de enero de 2008

Don Retortijones Fuertes de Cervantes y Saberlo



Hoy traemos a colocación la vida de un ilustre señor fajado de la vida y fajitas de ternera. Su nombre no es baladí ni juandedios, ni siquiera caucásico o hipermetrópico. Su nombre es, Luis, y lo voy a decir en bajito para que no nos oiga nadie: Don Retortijones Fuertes de Cervantes y Saberlo. Sus amigos lo llamaban Retor, porque todo se lo metía por ahí, y claro, luego no había quien le pusiera una lavativa...

Su vida transcurrió entre algodones y pamplinas, más pamplinas que algodones, lo que causaba que cuando se caía, le doliera. Si no le dolía él no era feliz. Fue el primer caso de masoquismo conocido en su familia, pero no fue el único que existió sino más bien al contrario: fue el único.

Su muerte es capítulo de otro libro y otra historia, y por hoy tenemos suficiente para que duerma la criatura. Y si no, le cantamos una NANA:

Arrorró mi niiiño
duérmete ya mi amooor
que si no viene Retorr
y te mete una lavativa que te cagas...

Esto es todo por el momento, Luis.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Don Jarrapellejos Ampolligordo Vesiculitas



Don Jarrapellejos Ampolligordo Vesiculitas... qué podríamos decir de él que no se haya dicho ya.

Pues, que a él le gustaba bañarse en bolas... Se bañaba en bolas y en Tegucigalpa. ¡Eso lo tuvo claro desde niño, Luis! ¿Qué decía él cuando le preguntaban qué quería hacer en la vida? ¡Bañarme en Tegucigalpa! Y los padres, Luis, esos sufridos padres que se desvivían por complacer a su hijo... Cómo iban a decirle que no. "Pero, hijo mío, que Tegucigalpa está muy lejos y cuando vuelvas tendrás que bañarte de nuevo". Y él erre que erre hasta que arrancaba.

Y como no podía irse hasta Tegucigalpa, Don Jarrapellejos Ampolligordo Vesiculitas, también conocido como Dª Capitolina Berbiquí Pinrelganso por su afición a cantar "Ojos verdes" en medio de los Monegros todos los veintinueve de febrero con luna llena... como iba diciendo, Don Jarrapellejos decidió bañarse con pololos pero sin pancreas.

Él se quitaba el pancreas y lo dejaba en el vaso con la dentadura del abuelo, hasta que le salieron unas vegetaciones y tuvieron que operarle a pancreas abierto. Y no hubo forma de converle de lo contrario. "De aquí sí que no me apeo", gritaba él, porque se había subido a una alacena y le daba miedo bajar. Con lo cual toda la familia se mudó a las mesas y estanterías, el abuelo en la repisa de la chimenea, que los huesos le daban mucho trabajo, y si entera el Ministerio de Trabajo que estaba trabajando después de la jubilación... ¡La que hubiera podido armarse, Luis!

En fin, que Don Jarrapellejos Ampolligordo Vesiculitas decidió estudiar para Cleptómano. Y después de mucho sudar e ímprobos esfuerzos, se licenció con honores en Cleptomanía y Hepatitis B. ¿Y sabes a quién fue a robar recién licenciado? ¿Sabéis a quién fue a robar? ¡A Marujita Díaz, Luis! ¡Santo Varón!