lunes, 10 de diciembre de 2007

Tegumento Percadelino Güé...



Voy a contarte la historia de Don Tegumento Percadelino Güé, santo varón que fue perro pastor alemán sus ratos libres. Porque, como ya sabrás, Juan, la familia de Percadelino era opulenta, ¡vamos cómo era de opulenta!, pero también muy pobre, muuucho. Eran pobres y ricos, según les conviniera. Si iban por la calle y les pedía limosna un cieguito romaní de esos que pronuncian la che con esputos, le decían: "¡Pero hombre de Dios, si nosotros estamos peor que usted!" Y se desnudaban y tiraban las joyas al río, y el dinero lo arrojaban a las alcantarillas. Y el cieguito romaní, que en realidad era un ex-Ministro del PP que se hacía pasar por adefesio, se compadecía de ellos y les daba su tacita con su recaudación. Y ellos volvían a casa, en pelotas pero felices, porque hay gente de buen corazón.

Juan, cuando Don Tegumento quiso casarse lo primero que hizo fue cambiarse el nombre a Pepe Ji, porque era más corto y las invitaciones salían a mejor precio. ¡Qué desesperos, Juan, qué delirios los de la abuela Güé al ver que se perdía el apellido familiar por esas calles de Dios! Y lloraba y se hacían la ropa harapos. Y los padres le decían: "Madre, que es por el bien de todos". Y le arrancaban una muela de oro para hacer la alianza de Don Tegumento, y otra para los acabados en oro de la aspiradora.

Total, que Don Tegumento Percadelino Güé..., también conocido como Pepe Ji, para subvenir a las necesidades familiares, se metió perro pastor cuando salía del banco. Porque pasaba el día en un banco, disfrazado de estornino y quitando las migajas de pan que les echaban a las palomas. Y como había mucho paro, los desempleados se contrataban de ovejas por horas. Y los perros callejeros, aburridos de tanto vagabundeo, se ponían a dos patas, meaban como señores y se hacían pastorcicos. De esta forma todos estaban contentos y se sacaban unas perras, aunque había quién decía que estaban creando mercado artificialmente. Hasta que hubo más y más ovejas, y más y más perros alemanes de esos, pero como faltaban perros para hacer de pastores, los trajeron de Hamelín sin cuidado ni sanción, y acabaron cruzándose entre ellos, con tan mal fin que Don Tegumento Percadelino murió cuando un mastín le declaró su amor dándole un tarisco en el sobaco del medio. Y así, falleció, sin apellido y rabioso.

¡Santo Varón, Juan, Santo Varón!

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